Gestación 1.1

Traducido por Hidet. Editado y corregido por master_x_2k

Breve nota del autor: Esta historia no está pensada para lectores jóvenes o sensibles.

La clase terminaba en cinco minutos y lo único que podía pensar era, una hora es demasiado tiempo para comer.

Desde el principio del semestre, había estado esperando con ganas a la parte de la clase del señor Gladly de Asuntos Globales en la que empezaríamos a hablar de capas. Ahora que al fin había llegado, no podía centrarme. Me estaba inquieta, mi bolígrafo moviéndose de mano a mano, golpeando la mesa o dibujando una figura en la esquina de la página donde se uniría a otros garabatos. Mis ojos estaban también inquietos, volando del reloj encima de la puerta al señor  Gladly y de vuelta al reloj. No estaba captando suficiente de su lección como para enterarme de nada. Doce menos veinte, cinco minutos hasta que terminase la clase.

Él estaba animado, claramente interesado en el tema del que estaba hablando, y por una vez, la clase estaba escuchando. Era el tipo de profesor que intenta ser amigo de sus alumnos, el tipo que se hace llamar “Señor G” en vez de señor Gladly. Le gustaba acabar la clase antes de lo habitual y hablar con los chicos populares, mandaba muchos trabajos en grupo para que otros pudieran estar con sus amigos en clase, y nos hacía hacer trabajos ‘divertidos’ como simulaciones de juicios.

Me daba la impresión de que era uno de los chicos ‘populares’ vuelto maestro. Probablemente pensaba que era el favorito de todos. Me preguntaba como reaccionaria si oyera mi opinión al respecto. ¿Rompería la imagen que tenia de si mismo o lo pasaría por alto como una anomalía de la chica melancólica que nunca hablaba en clase?

Eché un vistazo por encima de mi hombro. Madison Clements se sentaba dos filas a mi izquierda y dos asientos más atrás. Me vio mirando y sonrió, estrechando sus ojos, y baje la mirada al cuaderno. Intenté ignorar el feo y amargo sentimiento formándose en mi estómago. Miré al reloj. Once cuarenta y tres.

“Vamos a dejarlo aquí” dijo el señor Gladly. “Lo siento chicos, pero hay deberes para el fin de semana. Piensen en las capas y como han impactado el mundo a su alrededor. Hagan una lista si quieren, pero no es obligatorio. El lunes nos separaremos en grupos de cuatro y veremos qué grupo tiene la mejor lista. Le compraré al grupo ganador golosinas de la máquina expendedora.”

Hubo algunos aplausos, seguidos por la clase disolviéndose en un caos ruidoso. La sala estaba llena de sonidos de archivadores cerrándose, libros de texto y cuadernos siendo cerrados de golpe, sillas arañando baldosas baratas y el sordo rugido de conversación emergente. Un grupo de los miembros más sociales de la clase se reunieron alrededor del señor Gladly para hablar.

¿Yo? Yo solo guardé mis libros y me mantuve callada. No había escrito casi nada de apuntes. Había grupos de garabatos extendiéndose por la página y números en los márgenes donde había contado los minutos hasta la comida como si llevase la cuenta del temporizador de una bomba.

Madison
Madison

Madison estaba hablando con sus amigas. Era popular, pero no hermosa como las chicas populares estereotípicas de la televisión. En vez de eso ella era ‘adorable.’ Delicada. Exageraba esa imagen con extensiones azul cielo en su pelo marrón a la altura del hombro y una actitud tierna. Madison llevaba un top sin tirantes y una falda vaquera, lo que me parecía una absoluta estupidez dado que aún era lo bastante pronto en la primavera como para que pudiésemos ver nuestro aliento por las mañanas.

No estaba exactamente en una posición para criticarla. Les gustaba a los chicos y tenía amigos, mientras que lo mismo no se podía decir de mí. La única característica femenina que tenía a mi favor era mi pelo oscuro rizado, que me había dejado largo. La ropa que llevaba no enseñaba piel, y no me llenaba de colores brillantes como un pájaro presumiendo de su plumaje.

Ella les gustaba a los chicos, creo, porque era atractiva sin ser intimidante.

Si solo supieran.

La campana sonó con un cadencioso ding-dong, y fui la primera en salir. No corrí, pero me moví a un ritmo decente mientras me dirigía por las escaleras al tercer piso e iba al baño de chicas.

Había media docena de chicas ya allí, lo que significaba que tenía que esperar a que quedara libre un cubículo. Vigile nerviosa la puerta del baño, notando que mi corazón se encogía cada vez que alguien entraba.

Tan pronto como hubo un cubículo libre entré y eché el pestillo. Me apoyé contra el muro y exhalé lentamente. No era exactamente un suspiro de alivio. Alivio implica que te sientes mejor. No me sentiría mejor hasta que llegase a casa. No, solo me sentía menos inquieta.

Pasaron quizás cinco minutos hasta que paró el ruido de otras chicas en el baño. Un vistazo por debajo de los tabiques me demostró que no había nadie más en los otros cubículos. Me senté en la tapa del retrete y tomé mi bolsa de comida para empezar a comer.

Almorzar en el retrete ya era rutina. Cada día de escuela, terminaba mi bolsa de comida y después hacia tareas o leía un libro hasta que la hora de comer había terminado. El único libro en mi bolsa que aún no había leído se llamaba ‘Triunvirato’, una biografía de los tres miembros principales del Protectorado. Estaba pensando en dedicar tanto tiempo como pudiera en el trabajo del señor Gladly antes de leer, porque no me estaba gustando el libro. Las biografías no eran lo mío, y especialmente no eran lo míoz cuando sospechaba que era todo inventado.

Cual fuese mi plan, no tuve oportunidad de terminar mi sándwich estilo griego. La puerta del baño se abrió de golpe. Me quedé congelada. No quería mover la bolsa y darle una pista a nadie sobre qué estaba haciendo, así que me quedé quieta y escuché.

No podía distinguir las voces. El ruido de la conversación fue ahogado por risas y el sonido de agua de los grifos. Alguien llamó a la puerta, sobresaltándome. Lo ignoré, pero la persona al otro lado volvió a llamar.

“Ocupado”, dije vacilante

“Oh dios mio, ¡es Taylor!” exclamó una de las chicas de fuera con alegría, y después, respondiendo a algo que otra chica susurro, apenas la oí responder “¡Si, hazlo!”

Me levanté de un salto, dejando caer al suelo de baldosas la bolsa con el ultimo bocado de mi comida. Lanzándome hacía la puerta, quité el cerrojo y empujé. La puerta no se movió.

Hubo ruidos en los cubículos a ambos lados del mío, y luego un sonido encima de mí. Mire hacia arriba para ver que era, solo para ser rociada en la cara. Mis ojos empezaron a arder, y quede momentáneamente cegada por un fluido que enturbiaba mis gafas y hacía que me escocieran los ojos. Pude notar su sabor mientras caía en mi nariz y mi boca. Jugo de arándanos.

No pararon ahí. Conseguí quitarme las gafas justo a tiempo de ver a Madison y a Sophia inclinarse sobre la parte superior del cubículo, cada una con botellas de plástico en mano. Me agaché con las manos escudando mi cabeza justo antes de que vaciaran los contenidos sobre mí.

Corrió por detrás de mi cuello, empapó mi ropa y mi pelo. Empujé la puerta otra vez, pero la chica al otro lado estaba sujeta contra ella con su cuerpo.

Si las chicas derramando jugo y refresco encima de mi eran Madison y Sophia, eso significaba que la chica al otro lado de la puerta era Emma, líder del trío. Notando una explosión de ira al darme cuenta, cargué contra la puerta, todo el peso de mi cuerpo golpeándose contra ella. No sirvió para nada, y mis zapatos perdieron tracción en el suelo lleno de jugo. Caí de rodillas en el charco de jugo.

Botellas de plástico vacías con etiquetas de jugos de uvas y de arándanos cayeron al suelo a mi alrededor. Una botella de refresco de naranja rebotó en mi hombro para caer en el charco antes de rodar bajo el tabique. El olor de bebidas afrutadas y refrescos era enfermizamente dulce.

La puerta se abrió de golpe y lancé una mirada penetrante a las tres chicas. Madison, Sophia y Emma. Mientras que Madison era tierna, una flor tardía, Sophia y Emma eran el tipo de chicas que encajaban en la imagen de ‘reina del baile.’ Sophia tenía la piel oscura, con un cuerpo delgado y atlético que había desarrollado como corredora en el equipo del instituto. La pelirroja Emma, por otro lado, tenía todas las curvas que querían los chicos. Era lo bastante guapa como para conseguir trabajos ocasionales como modelo amateur para los catálogos que sacaban las tiendas y centros comerciales locales. Las tres estaban riéndose como si fuera la cosa más graciosa del mundo, pero los sonidos de su diversión apenas se registraron en mi cabeza. Mi atención estaba en el ligero rugido de la sangre bombeando en mis orejas y un urgente, amenazador ‘sonido’ que no se volvería menos ruidoso o menos persistente si me tapaba los oídos. Podía notar gotas corriendo por mis brazos y mi espalda, aun fríos de las máquinas expendedoras refrigeradas.

No confiaba en decir nada que no les diera más munición para meterse conmigo, así que me quede callada.

Cuidadosamente, me puse de pie y les di la espalda para tomar mi mochila de encima del retrete. Verla me hizo pararme. Había sido verde caqui, antes, pero ahora manchas morado oscuro la cubrían, la mayoría de los contenidos de una botella de jugo de uva. Echándomela sobre los hombros me di la vuelta. Las chicas ya no estaban allí. Oí la puerta del baño cerrarse de golpe, cortando los sonidos de su alegría, dejándome sola en el baño, empapada.

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Taylor

Me acerqué al lavabo y me miré en el arañado y sucio espejo que estaba anclado encima. Había heredado una boca amplia, expresiva y de labios finos de mi madre, pero mis ojos grandes y mi figura desgarbada hacían que me pareciera mucho más a mi padre. Mi oscuro pelo estaba lo bastante empapado como para pegarse a mi cabeza, cuello y hombros. Llevaba una sudadera marrón sobre mi camiseta verde, pero manchurrones marrones, rojos y naranjas recorrían ambas. Mis gafas estaban perladas con las gotas multicolor de jugo y refresco. Una gota corrió por mi nariz y cayó de la punta para aterrizar en el lavabo.

Usando un trozo de papel del dispensador, limpié mis gafas y me las puse otra vez. Las manchas que quedaron hicieron que ver fuera igual o más difícil que antes.

Respira hondo, Taylor, me dije a mi misma

Me quité las gafas para limpiarlas de nuevo con un papel mojado, y descubrí que las manchas seguían ahí.

Un inarticulado grito de furia y frustración escapó de mis labios, y le di una patada al cubo de plástico que había debajo del lavabo, lanzando el cepillo para retretes que había dentro volando contra la pared. Como eso no fue suficiente, me descolgué la mochila y usé las dos manos para lanzarla. Ya no usaba mi casillero: Ciertos individuos la habían vandalizado o abierto en cuatro ocasiones diferentes. Mi mochila pesaba, cargada con todo lo que había anticipado que necesitaría para las clases de hoy. Crujió audiblemente con el impacto.

“¡¿Qué carajo?!” Le grité a nadie en particular, mi voz haciendo eco en el baño. Había lágrimas en los bordes de mis ojos.

“¡¿Qué mierda se supone que tengo que hacer?!” Quería pegarle a algo, romper algo. Tomar represalias contra la injusticia del mundo. Casi golpeé el espejo, pero me contuve. Era algo tan pequeño que parecía que me haría sentir aún más insignificante en vez de desahogar mi frustración.

Llevaba soportando esto desde el primer día de secundaria, hace año y medio. El baño había sido lo más parecido que podía encontrar a un refugio. Había sido solitario e indigno, pero era un lugar al que podía huir, un lugar donde estaba fuera de su alcance. Ahora no tenía ni siquiera eso.

Ni siquiera sabía que se suponía que tenía que hacer para las clases de la tarde. Hoy había que entregar nuestro proyecto de arte, y no podía ir a clase así. Sophia estaría allí, y podía imaginar su presumida sonrisa de satisfacción cuando apareciera con pinta de haber intentado teñir toda mi ropa teniéndola puesta.

Además, acababa de lanzar mi mochila contra el muro y dudaba que mi proyecto aun estuviera entero.

El zumbido al borde de mi conciencia estaba poniéndose peor. Mis manos temblaron mientras me doblaba y agarraba al borde del lavabo, respiraba larga y profundamente y deje que mis defensas cayeran. Durante tres meses, me había contenido. ¿Ahora mismo? Ya no me importaba.

Cerré los ojos y sentí como el zumbido se cristalizaba en información concreta. Tan numerosos como las estrellas en el cielo nocturno, minúsculos nudos de intrincados datos llenaron el área a mi alrededor. Podía centrarme en cada uno por turnos, captar detalles. Los grupos de datos habían estado vagando hacia mí por reflejo desde que me salpicaron por primera vez en la cara. Respondieron a mis pensamientos subconscientes y emociones, un reflejo de mi frustración, mi ira, mi odio por esas tres chicas como lo eran mi corazón golpeando en mi pecho o mis manos temblando. Podía hacerles parar u ordenarles que se movieran casi sin pensar en ello, igual que podía levantar un brazo o mover un dedo.

Abrí los ojos. Podía notar la adrenalina vibrando por mi cuerpo, la sangre corriendo por mis venas. Tuve un escalofrío por las bebidas heladas que el trío había vaciado sobre mí, por anticipación y un con poco de miedo. En cada superficie del baño había bichos; Moscas, hormigas, arañas, ciempiés, milpiés, tijeretas, escarabajos, avispas y abejas. Cada segundo que pasaba más fluían al interior de la habitación a través de la ventana abierta y las varias entradas al baño, moviéndose con sorprendente velocidad. Algunos se arrastraron dentro a través de un hueco donde el desagüe del lavabo entraba al muro mientras que otros emergieron del agujero triangular del techo donde una sección de la espuma aislante se había roto, o de la ventana abierta con pintura desgastada y colillas de cigarrillos aplastadas entre clase y clase. Se reunieron a mi alrededor y se extendieron por cada superficie disponible; primitivos grupos de señales y respuestas, esperando a más órdenes.

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Mis sesiones de práctica, realizadas lejos de ojos curiosos, me habían dicho que podía indicar a un solo bicho que moviera una antena, u ordenar a la horda reunida que se moviera en formación. Con un pensamiento, podía separar un grupo particular, una madurez o una especie de este revoltijo y dirigirlos lo que quisiera. Un ejército de soldados bajo mi completo control.

Sería tan fácil, tan fácil, volverme como Carrie[1]. Darle al trío su justo merecido y hacerles arrepentirse de lo que me habían hecho pasar: los horribles e-mails, la basura que habían vaciado sobre mi escritorio, la flauta –la flauta de mi madre– que habían robado de mi taquilla. No solo eran ellas. Otras chicas y un puñado de chicos se habían unido, ‘accidentalmente’ salteándome cuando pasaban los ejercicios, añadiendo sus voces a los insultos y al torrente de horribles e-mails, para conseguir el favor y la atención de tres de las chicas más guapas y más populares de nuestro curso.

Era muy consciente de que me atraparían y me arrestarían si atacaba a mis compañeros. Había tres equipos de superhéroes y un numero de héroes independientes en la ciudad. No me importaba. ¿Imaginar a mi padre viendo el resultado en las noticias? ¿Su decepción conmigo? ¿Su vergüenza? Eso era más desalentador, pero aun así no compensaba la ira y la frustración.

Excepto que yo era mejor que eso.

Con un suspiro, envié una orden al enjambre reunido. Dispérsense. La palabra no era tan importante como la idea detrás de ella. Empezaron a salir de la habitación, desapareciendo en las grietas en las baldosas y a través de la ventana. Caminé hasta la puerta y me apoyé en ella con la espalda para que nadie pudiera tropezar con la escena antes de que todos los bichos se hubieran ido.

Por mucho que quisiera, no podía hacerlo. Aun temblando de humillación, conseguí convencerme de tomar mi mochila y dirigirme pasillo abajo. Salí de la escuela, ignorando las miradas fijas y las risitas de todos con los que me cruzaba, y tomé el primer autobús que se dirigía en la dirección general de mi casa. El frio de los comienzos de la primavera agravaba la molestia de mi pelo y ropas empapados, haciéndome temblar.

Iba a ser una superheroína. Ese era el objetivo que usaba para calmarme en momentos como este. Era lo que usaba para hacerme salir de la cama en días de escuela. Era un loco sueño que hacia las cosas tolerables. Era algo que desear, algo por lo que trabajar. Hacia posible no seguir obsesionándome con el hecho de que Emma Barnes, líder del trío, había sido una vez mi mejor amiga.

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Emma

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[1] Carrie es una película en donde la protagonista homónima es una chica abusada con poderes psíquicos que un día se quiebra por el bullying extremo y masacra a toda la escuela, su madre y parte del pueblo.

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